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viernes, 22 de mayo de 2020

LA TEORÍA DE GERMEN REFUTADA (Parte3)
 DEL SUEÑO Y LA MENTIRA DE LOUIS PASTEUR HACIA UN PARADIGMA DIFERENTE SOBRE EL CUERPO Y LA ENFERMEDAD




EXPERIMENTO DE LABORATORIO






(…) “Como ya hemos visto, en el momento en que Béchamp y Pasteur centraron su atención en el tema de la fermentación, solo se tenían las más vagas concepciones con respecto a la materia viva. Se daban nombres grandiosos, como protoplasma y blastema, pero se sabía tan poco que se creía que los albuminoides siempre eran idénticos.

Virchow había tratado de simplificar las cosas declarando que las unidades vivientes de las formas animal y vegetal son las células del cuerpo. Henle avanzó considerablemente más al afirmar que, por el contrario, las células mismas están constituidas por diminutos átomos, que son las granulaciones moleculares, solo distinguibles dentro de ellas. Schwann también había enseñado que la atmósfera está llena de organismos vivientes infinitesimales.

Entonces aparecieron en escena Béchamp y Pasteur. Pasteur afirmando antes que nada el origen espontáneo de los fermentos, mientras que al mismo tiempo Béchamp demostraba irrefutablemente que la levadura y otros organismos se encuentran en el aire. 

Finalmente, Pasteur, convertido por las iluminadoras opiniones de Béchamp, se entusiasmó con los gérmenes atmosféricos y, como hemos visto, ante una asamblea de moda de la élite reclamó para sí mismo todo el crédito por su aclaración. Sin embargo, en realidad se había aclarado tan poco que lo encontramos poco después negando el origen parasitario de una enfermedad, pebrina, que era genuinamente provocada por un parásito, mientras que en la dirección opuesta su concepción de la materia viviente no estaba más avanzada que la anticuada opinión que sostenía que el cuerpo viviente no era más que un tipo de aparato químico. Para él, el cuerpo no contenía nada realmente vivo; su maravilloso funcionamiento nunca le sugirió agentes vivientes autónomos.

Por supuesto, para ser justos, puede decirse que no había ninguna razón por la cual Pasteur debería haber entendido el cuerpo. Nunca recibió ningún entrenamiento médico, fisiológico o biológico, y no tenía ninguna pretensión de ser un naturalista. Químico como era, parece que no tenía aptitud para la rama de la ciencia hacia la que dirigió su atención. Cuando obtuvo su título de Bachiller de Ciencias, su examinador adjuntó una nota a su diploma, afirmando que solo era un “mediocre en química”.

Ni siquiera parece haber sido particularmente rápido en entender las ideas de otras personas, porque ya hemos visto cuánto tiempo tardó en darse cuenta de la corrección de la explicación de Béchamp sobre la pebrina. En sabiduría mundana su mente era aguda. La fortuna lo favorecía, y él siempre estaba alerta para aprovechar las oportunidades; pero, triste es decirlo, parece que no le importaba progresar a costa de otros, aun al precio de obstaculizar el progreso de la ciencia, y sólo podemos deplorar este mal uso de su admirable persistencia y energía.

Mientras que Pasteur no aprendió nada sobre la vida más que el hecho de que había organismos vivos en el aire, el profesor Béchamp continuó con sus incansables experimentos. El destino fue amable al traer en su ayuda al profesor Estor, otro investigador completamente cualificado por su formación y experiencia. Los dos científicos eran hombres trabajadores, de mentes bien ejercitadas por el trabajo diario, y sus descubrimientos se basaban invariablemente en observaciones clínicas.

Béchamp hacía descubrimientos de la misma manera que Beethoven componía, Raphael pintaba y Dickens escribía; es decir, porque no podía evitarlo; no podía hacer otra cosa. En patético contraste, encontramos a los hombres de hoy alejados del trabajo práctico y establecidos en laboratorios buscando hacer descubrimientos. Frecuentemente, poseen mentes mediocres que nunca podrán dar a luz ningún tipo de idea. Todo lo que pueden hacer es seguir teorías rutinarias y sus llamados “descubrimientos” son del tipo que acumula error sobre error. Dale a un hombre su trabajo práctico, y si tiene la rara perspicacia del descubridor, a medida que la noche ceda paso al día, la práctica le conducirá a la iluminación. Lo que se necesita urgentemente es liberarse del dogma y estimular las opiniones originales. Las mentes en masa se mueven a paso de tortuga, y el mayor impedimento, sin duda, para la doctrina microzymiana de Béchamp fue el hecho de que sobrepasó por completo las concepciones científicas de la época.

Lo primero que hizo fue sentar las bases de lo que entonces era una nueva ciencia; la de la citología. (1)

(…) “Auxiliándose del microscopio y del polarímetro y emprendiendo innumerables experimentos químicos, el profesor Béchamp, empezando por hacer uso principalmente de organizaciones tales como la levadura, encontró que las granulaciones que contienen son agentes que provocan la fermentación, y luego les otorgó el nombre explicativo de microzyma. (2)

“En 1866, envió a la Academia de Ciencias una memoria titulada ‘Sobre el Papel de la Caliza en las Fermentaciones Butíricas y Lácticas, y el Organismo Vivo Contenido en ella.’ [Las Actas, 63, página 451 (sesión del 10 de septiembre de 1866)]. En este artículo, llamó a sus “pequeños cuerpos” microzymas, de las palabras griegas para pequeño fermento.

También estudió las relaciones de sus microzymas de la caliza con las granulaciones moleculares de
células animales y vegetales, con muchos más exámenes geológicos, y escribió un artículo titulado Sobre los Microzymas Geológicos de Varios Orígenes, que fue resumido en Las Actas de la sesión del 25 de abril de 1870. (Las actas, 70, página 914).

Demostró que la granulación molecular encontrada en levaduras y otras células animales y vegetales tenía individualidad y vida, y también tenía el poder de causar fermentación, por lo que también las llamó microzymas. 

Llamó a sus microzymas geológicos “morfológicamente idénticos” con los microzymas de los seres vivos.

En innumerables experimentos de laboratorio, asistido ahora por el profesor Estor, otro científico muy capaz, encontró microzymas en todas partes, en toda materia orgánica, tanto en tejidos sanos como en enfermos, donde también los encontró asociados con diversos tipos de bacterias. 

Después de un estudio minucioso, decidieron que los microzymas, en vez de la célula, eran las unidades elementales de la vida, y de hecho eran los constructores de los tejidos celulares. También concluyeron que las bacterias son un crecimiento, o una forma evolutiva, de microzymas que se producen cuando una cantidad de tejidos enfermos se divide en sus elementos constituyentes. 

En otras palabras, todos los organismos vivientes, creía él, desde la ameba monocelular a la humanidad, son asociaciones de estas diminutas entidades vivientes, y su presencia es necesaria para que la vida celular crezca y para que las células sean reparadas.

Las bacterias, demostraron, pueden desarrollarse a partir del microzyma pasando por ciertas etapas intermedias, que describieron, y que otros investigadores han considerado como especies diferentes. 

Los gérmenes del aire, decidieron, eran meramente microzymas, o bacterias liberadas cuando se rompió su antiguo hábitat, y llegaron a la conclusión de que los “pequeños cuerpos” de la piedra de cal y la caliza eran los supervivientes de los seres vivos de épocas pasadas.

Esto los llevó a principios de 1868, y para probar estas ideas enterraron el cuerpo de un gatito (“Los Microzymas”, página 626) en carbonato de cal pura, especialmente preparado y creosotado para excluir cualquier gérmen en el aire o el exterior. 

Lo colocaron en un frasco de vidrio y cubrieron la parte superior abierta con varias hojas de papel, colocadas de manera que permitieran la renovación del aire sin permitir la entrada de polvo u organismos. Esto se dejó en un estante en el laboratorio de Béchamp hasta el final de 1874.

Cuando se abrió, se encontró que el cuerpo del gatito se había consumido completamente, excepto por algunos pequeños fragmentos de hueso y materia seca. No olía, y el carbonato de calcio no estaba descolorido. 

Bajo el microscopio, no se veían microzymas en la parte superior del carbonato de calcio, sino “pululando por miles” en la parte que había estado debajo del cuerpo del gatito.

Como Béchamp pensó que podría haber gérmenes aéreos en el pelo, los pulmones o los intestinos del gatito, repitió este experimento, utilizando el cuerpo completo de un gatito en un caso, el hígado solo en otro, y el corazón, los pulmones y los riñones en una tercera prueba. Estas vísceras se sumergieron en ácido carbólico en el momento en que se separaron del animal sacrificado. Este experimento comenzó en junio de 1875 y continuó hasta agosto de 1882, durante siete años.

Quedo completamente satisfecho con la verosimilitud de su idea, a saber, que los microzymas eran los restos vivos de la vida vegetal y animal de la cual, en un pasado reciente o lejano, habían sido los elementos celulares constitutivos, y que en realidad eran los elementos anatómicos primarios de todos los seres vivos.

Demostró que a la muerte de un órgano sus células desaparecen, pero los microzymas permanecen imperecederos”. (3)
  
“Estas mismas granulaciones las encontró en todas las células y tejidos animales y vegetales, y en toda materia orgánica, aunque aparentemente no estuviera organizada, como la leche, en la que demostró que explican los cambios químicos que producen la coagulación de la leche. Encontró que los microzymas abundaban en todas partes, eran innumerables en los tejidos sanos, y en los tejidos enfermos los encontró asociados con diversos tipos de bacterias.

Un axioma que estableció (“Los Microzymas, Antoine Béchamp, página 133) fue que, aunque cada microzyma es una granulación molecular, no todas las granulaciones moleculares son microzymas. Aquellos que son microzymas, él los encontró capaces de inducir fermentación y poseían cierta estructura. En resumen, le quedó claro que los microzymas, y no la célula, son los elementos anatómicos primarios.

Nunca permitía que su imaginación superara sus experimentos. Invariablemente proponía su pregunta y esperaba a que los hechos le proporcionaran la respuesta. Trabajando con el profesor Estor, las observaciones mostraron que las granulaciones moleculares, los microzymas, los elementos anatómicos, no solo viven de forma autónoma, con organización y vida inseparablemente unidas en su diminuto yo, sino que es gracias a estas miríadas de vidas que las células y los tejidos se constituyen vivos; de hecho, que todos los organismos, ya sea la ameba unicelular en su prístina simplicidad o el hombre en su variada complejidad, son asociaciones de estas diminutas entidades vivientes.

Solo un descubrimiento así podría eliminar la confusión sobre el tema de la generación espontánea. Los observadores superficiales, entre los que se nos obliga a incluir a Pasteur, continuaron sosteniendo que la fermentación solo era inducida por gérmenes del aire; pero, al mismo tiempo, Pasteur tuvo que admitir que la carne, protegida del contacto atmosférico en un experimento propio, se contaminó. Otros experimentadores insistieron en los cambios que tenían lugar y de los que no podían ser responsables los organismos atmosféricos.

Béchamp, el primero en dejar en claro el papel fermentativo de los agentes aéreos, ahora podía, según sus propios puntos de vista, explicar que la fermentación podría tener lugar aparte de estos, porque todos los organismos están llenos de diminutas entidades vivientes capaces de producir fermentos, y que de hecho, aquellos encontrados en el aire él creía que eran simplemente los mismos liberados de las formas vegetales y animales, que primero las desarrollaron, pero de las que luego se liberaron por esa perturbación que llamamos muerte. Béchamp y Estor, trabajando juntos, comenzaron a rastrear y seguir la vida en sus maravillosos procesos.

A riesgo de ser cansinos por la repetición, debemos recordar el orden en que Béchamp logró sus primeros descubrimientos. 

En primer lugar, demostró que la atmósfera estaba llena de diminutos organismos vivos capaces de provocar la fermentación en cualquier medio adecuado, y que el cambio químico en el medio se efectúa mediante un fermento engendrado por ellos, fermento que puede bien compararse con el jugo gástrico del estómago.

En segundo lugar, encontró en la caliza ordinaria, y luego en la piedra de cal, organismos diminutos capaces de producir cambios fermentativos, y demostró que guardan relación con las granulaciones infinitesimales que había observado en las células y tejidos de plantas y animales. Probó que estas granulaciones, a las que denominó microzymas, tenían individualidad y vida independientes, y afirmó que son los antecedentes de las células, la génesis de las formas corporales; los elementos anatómicos reales, incorruptibles.

En tercer lugar, expuso que los organismos en el aire, los llamados gérmenes atmosféricos, son simplemente microzymas o sus formas evolutivas liberadas por la interrupción de su antiguo hábitat vegetal o animal, y que los “pequeños cuerpos” en la piedra de cal y la caliza son los supervivientes de formas de vida de edades pasadas. 

En cuarto lugar, afirmó que, en este momento, los microzymas se convierten constantemente en el tipo bajo de organismos vivos que reciben el nombre de bacterias.”  (4)

 “La Enciclopedia Británica dice en la entrada sobre bacteriología: 

‘La idea común de las bacterias en la mente de la mayoría de las personas es la de un azote oculto y siniestro que acecha a la humanidad. Esta concepción popular nace del hecho de que la atención se centró primero en las bacterias a través del descubrimiento, hace unos 70 años, de la relación de las bacterias con la enfermedad en el hombre, y que en su infancia el estudio de la bacteriología era una rama de la ciencia médica.

  Relativamente pocas personas asignan a las bacterias la importante posición en el mundo de los seres vivos que con razón ocupan, ya que son solo pocas de las bacterias conocidas hoy en día las que se han desarrollado de tal manera que pueden vivir en el cuerpo humano, y para cada una de las de este tipo, hay decenas de otras bacterias que son
perfectamente inofensivas y, lejos de ser consideradas enemigas de la humanidad, deben contarse entre sus mejores amigas.

  De hecho, no es exagerado decir que de las actividades de las bacterias depende la existencia misma del hombre; de hecho, sin bacterias no podría haber ningún otro ser vivo en el mundo; porque cada animal y planta debe su existencia a la fertilidad del suelo y esto a su vez depende de la actividad de los microorganismos que habitan el suelo en números casi inconcebibles. Es uno de los principales objetos de este artículo mostrar cuán verdadera es esta afirmación; se encontrará en ella solo referencias pasajeras a los organismos que producen enfermedades en el hombre y los animales; para información sobre estos ver Patología e Inmunidad.’ (Enciclopedia Bitánica, 14ª edición, 2, página 899). 

El escritor de lo anterior entiende a fondo gérmenes o bacterias con una sola salvedad; las bacterias que se encuentran en el hombre y los animales no causan enfermedades. Tienen la misma función que los que se encuentran en el suelo, en las aguas residuales o en cualquier otro lugar de la naturaleza; están allí para reconstruir los tejidos muertos o enfermos, o volver a trabajar los desechos corporales, y es bien sabido que no atacarán o no podrán atacar los tejidos sanos. Son tan importantes y necesarios para la vida humana como los que se encuentran en otras partes de la naturaleza, y en realidad son igual de inofensivos si vivimos correctamente, como lo demostró claramente Béchamp”. (5)

“Por las investigaciones de Béchamp se vio que partes separadas de un cuerpo mantienen un cierto grado de vida independiente, una creencia sostenida por ciertos experimentadores modernos que, a diferencia de Béchamp, no brindan una explicación. 

Su experimento le mostró al profesor cómo es que las bacterias se pueden encontrar en la tierra donde los cadáveres han sido enterrados y también en las tierras con estiércol y en los alrededores de vegetación en descomposición. Según él, las bacterias no son organismos especialmente creados que aparecen misteriosamente en la atmósfera, sino que son las formas evolutivas de los microzymas, que construyen las células de las plantas y los animales. Después de la muerte de estos últimos, las bacterias, por sus procesos nutritivos, provocan la interrupción o, en otras palabras, la descomposición, de la planta o del animal, dando como resultado un retorno a formas que se aproximan a los microzymas. 

  Así, Béchamp enseñó que todos los seres vivos han surgido de los microzymas, y también que: “todo ser vivo es reducible a microzymas.” (“Los Microzymas”, página 925).

Este segundo axioma suyo, dice Béchamp, explica la desaparición de las bacterias en el experimento anterior, ya que al igual que los microzymas pueden evolucionar a bacterias, según su enseñanza, las bacterias, por un proceso inverso, pueden reducirse a la simplicidad prístina del microzyma. Béchamp creía que esto había ocurrido en el caso anterior, cuando la destrucción del cadáver del gatito fue mucho más completa que en el segundo caso, cuando el clima templado de Lille había prolongado el proceso de descomposición.

De hecho, muchas fueron las lecciones que el infatigable investigador aprendió de estas dos series de observaciones (“Los Microzymas”, páginas 628-630):

  1. Que los microzymas son los únicos elementos no transitorios del organismo, que persisten después de la muerte de este último y forman bacterias.     

 2. Que, en los organismos de todos los seres vivos, incluido el hombre, se producen en alguna parte y en un momento dado, alcohol, ácido acético y otros compuestos que son productos normales de la actividad de los fermentos organizados, y que no hay otra causa natural para esta producción que los microzymas normales del organismo. La presencia de alcohol, ácido acético, etc., en los tejidos, revela una de las causas, independiente del fenómeno de oxidación, de la desaparición del azúcar en el organismo y de la desaparición de las materias glucogénicas y que Dumas denominó los alimentos respiratorios.

  3. Que, sin la concurrencia de ninguna influencia externa excepto una temperatura adecuada, la fermentación continuará en una parte que se ha separado de un animal, como el huevo, la leche, el hígado, el músculo, la orina o, en el caso de las plantas, en una germinación de semillas, o en una fruta que madura cuando se separa del árbol, etc. La materia fermentable que primero desaparece en un órgano después de la muerte es la glucosa, materia glucogénica u otros compuestos llamados carbohidratos, es decir, un alimento respiratorio. Y los nuevos compuestos que aparecen son los mismos que los producidos en las fermentaciones alcohólicas, lácticas y butíricas de laboratorio; o, si es durante la vida, alcohol, ácido acético, ácido láctico o sarcoláctico, etc. 

  4. Que se demuestra una vez más que la causa de la descomposición después de la muerte es la misma, dentro del organismo, que la que actúa, en otras condiciones, durante la vida, a saber, los microzymas capaces de convertirse en bacterias por evolución.

  5. Que los microzymas, antes o después de su evolución a bacterias, solo atacan a las materias albuminoides o gelatinosas después de la destrucción de las materias llamadas carbohidratos. 

  6. Que los microzymas y las bacterias, habiendo efectuado las transformaciones antes mencionadas, no mueren en un aparato cerrado en ausencia de oxígeno; sino que entran en un estado de reposo, al igual que lo hace la levadura de cerveza en un ambiente de los productos de la descomposición del azúcar que ella formó.

  7. Es solo bajo ciertas condiciones, particularmente en presencia de oxígeno, como en el experimento con el gatito enterrado en carbonato de cal, etc., que los mismos microzymas o bacterias afectan la destrucción definitiva de materia vegetal o animal, reduciéndola a ácido carbónico, agua, nitrógeno o compuestos nitrogenados simples, ¡o incluso a ácido nítrico u otros nitratos!

  8. Que es así que la necesaria destrucción de la materia orgánica de un organismo no se deja al azar, a causas ajenas a ese organismo, y que cuando todo lo demás ha desaparecido, las bacterias y, finalmente, los microzymas resultantes de su reversión permanecen como evidencia de que no queda nada de lo que principalmente vivía en el organismo fallecido salvo ellos mismos. Y estos microzymas, que se nos aparecen como los restos o residuos de lo que ha vivido, todavía poseen cierta actividad del tipo específico que poseyeron durante la vida del ser destruido. Es así que los microzymas y bacterias que quedaron del cadáver del gatito no son absolutamente idénticos a los del hígado o del corazón, del pulmón o del riñón. 

  El profesor continúa:

“No pretendo inferir que, en la destrucción efectuada al aire libre, en la superficie del suelo, no se produzcan otras causas que la aceleren. Nunca he negado que los llamados gérmenes del aire u otras causas sean contributivos. 

Solo digo que estos gérmenes y estas causas no han sido creados expresamente para ese propósito y que los llamados gérmenes en los polvos atmosféricos no son más que los microzymas de organismos destruidos por el mecanismo que acabo de explicar y cuya influencia destructiva se agrega a la de los microzymas que pertenecen al ser en proceso de destrucción. 

Pero en los polvos atmosféricos no solo hay microzymas; las esporas de toda la flora microscópica pueden meterse, así como todos los mohos que pueden nacer de estas esporas.”

No debe suponerse que Béchamp fundó tales variadas opiniones sobre solo dos series de observaciones. Desde la fecha de su Experimento Beacon, nunca cesó su arduo trabajo en relación con los microorganismos.” (6)

(…) “La materia, ya sea albuminoide u otra, nunca se convierte espontáneamente en zymasa o adquiere las propiedades de las zymasas; allí donde aparezcan, se encontrará algo organizado (es decir, algo viviente).” (Las Actas 66, página 421).

¡Qué maravillosa concepción del cuerpo da esto! Así como un hogar o un Estado no pueden prosperar sin que sus diferentes miembros asuman sus variadas funciones, nuestros cuerpos y los de los animales y las plantas están regulados por innumerables obreros cuya falla en la acción perturba el equilibrio de todo el organismo. Así como en el Estado existen diferentes expertos para diferentes formas de trabajo, Béchamp demostró la diferenciación entre los microzymas de diversos órganos, los microzymas del páncreas, los microzymas del hígado, los de los riñones, etc. Como se puede objetar que es muy difícil hacer tales distinciones entre las minucias microscópicas, no podemos hacer más que citar las palabras de Béchamp:

“El naturalista no sabrá cómo clasificarlos, pero el químico que estudia sus funciones puede hacerlo. Así, se abre un nuevo camino: cuando el microscopio se vuelve impotente para mostrarnos la causa de la transformación de la materia orgánica, la penetrante mirada del químico armado con la teoría fisiológica de las fermentaciones descubrirá detrás de los fenómenos químicos la causa que los produce.” 

  También dijo:

“Los microzymas solo pueden distinguirse por su función, que puede variar incluso para la misma glándula y para el mismo tejido con la edad del animal.” (“Los Grandes Problemas Médicos”, Antoine Béchamp, página 61). (7)

(…) “Un quiste que tuvo que ser retirado de un hígado proporcionó una maravillosa demostración de la doctrina de la evolución bacteriana, ya que se encontraron microzymas en todas las etapas de desarrollo; aislados, asociados, alargados, en resumen, verdaderas bacterias. El Dr. Lionville, uno de los alumnos de medicina de Béchamp, mostró gran interés en el tema y demostró que el contenido de una ampolla incluía microzymas y que estos se convertían en bacterias.

Con extraordinaria paciencia e industria, el Profesor Béchamp y sus colegas continuaron sus investigaciones médicas, encontrando microzymas en todos los tejidos sanos, y microzymas y muchas formas de bacterias en diversas fases de desarrollo en tejidos enfermos. Recalcando su estudio clínico con pruebas de laboratorio, el profesor instituyó muchos experimentos, demasiados para incluirlos aquí, para demostrar que la aparición de bacterias no se debía a invasiones externas.

Un día, un accidente proporcionó una contribución interesante a las observaciones (“Los Microzymas”, Antoine Béchamp, página 181). Un paciente fue llevado al hospital de la Universidad de Medicina de Montpellier habiendo sufrido los efectos de un golpe excesivamente violento en el codo. Hubo una fractura conminuta compuesta de las uniones articulares de la parte anterior del brazo; el codo estaba en gran parte abierto. La amputación fue imprescindible y se realizó entre siete y ocho horas después del accidente. Inmediatamente, el brazo amputado fue llevado al laboratorio del Dr. Estor, donde él y el profesor Béchamp lo examinaron.

El antebrazo presentaba una superficie negra y seca. Ya antes de la operación se había constatado su completa insensibilidad. Todos los síntomas de la gangrena estaban presentes. Bajo un microscopio de alta potencia, se observaron microzymas asociados y en guirnaldas, pero no verdaderas bacterias. Estas solo estaban en proceso de formación; los cambios provocados por la lesión habían progresado demasiado rápido para darles tiempo a desarrollarse. Esta evidencia contra las bacterias como el origen de la mortificación fue tan convincente que el profesor Estor exclamó inmediatamente: 

“Las bacterias no pueden ser la causa de la gangrena; son los efectos de ella.”

Aquí estaba la diferencia sobresaliente entre la teoría microzimyana y su versión microbiana, en cuya promulgación Pasteur y sus seguidores serían claves. Pasteur parece haber carecido de una comprensión de los elementos básicos de la materia viva. En la vida comparó el cuerpo con un barril de cerveza o una barrica de vino (ver página 164). A él solo le parecía una colección inerte de compuestos químicos; y después de la muerte, no reconocía nada viviente en él. En consecuencia, cuando la vida aparecía, él solo podía explicárselo por la invasión desde el exterior de esos diminutos organismos aéreos cuya realidad Béchamp le había enseñado a comprender. Pero la explicación de su origen a partir de las células y tejidos de plantas y animales le llevó mucho más tiempo comprenderla, aunque, como veremos, finalmente hizo un intento fallido de plagiar el punto de vista de Béchamp. 

Mientras tanto, Béchamp y Estor perseveraron constantemente en sus observaciones clínicas y realizaron un estudio especial, por ejemplo, sobre desarrollo de microzymas en casos de tuberculosis pulmonar. Los efectos que vieron en su trabajo médico los demostraron y probaron mediante experimentos de laboratorio y, con la intensa precaución de los verdaderos científicos, llevaron a cabo muchas pruebas para comprobar su creencia en el desarrollo de bacterias a partir de microzymas, y en el hecho de que no se requiere una invasión desde fuera de bacterias presentes en el aire para explicar su aparición en los órganos internos. 

Fue, sin embargo, uno de los experimentos directos de la Naturaleza, una demostración casual en el mundo vegetal, el que le ofreció al profesor Béchamp una de sus mejores pruebas de desarrollo bacteriano interno, sin relación con ninguna injerencia atmosférica. Invierno de 1867 y 1868: Echinocactus. Sucesivamente hizo observaciones en diferentes plantas. Opuntia Vulgaris, Calla Aethiopica, Agave mexicano, Datura Suaveolens, Echinocactus Rucarinus (“Los Microzymas”, página 144).

“Aunque se ha creído lo contrario, las bacterias pueden desarrollarse en un medio ácido, que puede permanecer ácido o volverse alcalino, y también pueden desarrollarse en un medio absolutamente neutral.”

Béchamp, debemos recordarlo, fue el primero en demostrar con precisión el desarrollo de una multiplicación de organismos aéreos en un medio adecuado. Comprendiendo tan bien el importante papel de los microorganismos del aire, sintió curiosidad por observar el efecto de su introducción deliberada en el entorno donde se encontrarían con los microzymas, que él consideraba los constructores formativos vivientes, de los cuerpos de animales y plantas.

Por lo tanto, inoculó plantas con bacterias y estudió atentamente los resultados de esta invasión externa. En las soluciones azucaradas que había usado al llegar a las conclusiones incorporadas en su Experiment o Beacon de 1857, había visto a los invasores aumentar y multiplicarse; pero ahora, en el interior de la planta, estaban en contacto con organismos tan vivos como ellos. Después de la inoculación, se observaron incrementos de enjambres de bacterias, pero Béchamp tuvo motivos para creer que estos no eran descendientes directos de los invasores. Se convenció de que la invasión desde fuera perturbaba a los microzymas inherentes y que las bacterias proliferantes que observó en el interior de las plantas eran, usando sus propias palabras, “el desarrollo anormal de organismos constantes y normales.” (Las Actas 66, página 863).

Estos experimentos, que la propia Naturaleza misma había llevado a cabo en el Jardín Botánico de Montpellier, tendrían efectos de gran alcance sobre la enseñanza patológica del profesor Béchamp. Debían evitar precipitarse y hacer conclusiones apresuradas, como las formuladas por Pasteur, que imaginaba que los tejidos y fluidos animales y vegetales eran meros medios químicos inertes, similares a las soluciones endulzadas en las que Béchamp mostró por primera vez el papel desempeñado por los organismos aéreos. (“El Sr. Pasteur no veía en un huevo, en la sangre, en la leche, en una masa muscular, más que sustancias naturales tal como la vida las elabora y que poseen la virtud de la transformación que la ebullición destruye.” “Los Microzymas”, página 15).

Estas observaciones botánicas fueron hechas por Béchamp cuando el tema de las bacterias comenzaba a atraer mucha atención. Realizó su estudio especial de las plantas congeladas a principios de ese mismo año, 1868, en el que, más tarde, el 19 de octubre, Pasteur, a la temprana edad de 45 años, tuvo la desgracia de padecer una severa parálisis, provocada, declaró, por “excesivo trabajo” en relación con la enfermedad del gusano de seda.

Pero antes de esto, como hemos visto, el célebre químico había trabajado duro para exaltar el papel de lo que él llamaba los gérmenes del aire, y para apropiarse del crédito del descubrimiento. Sus alumnos y admiradores se contentaron con seguir sus restringidas ideas sobre los microorganismos, y durante la década de 1860, uno de ellos, el Sr. Davaine, más o menos inauguró lo que hoy se conoce como la “teoría de los gérmenes” de la enfermedad.

Sucedió de esta manera. Una enfermedad llamada charbon, o fiebre esplénica, y más tarde conocida como ántrax, ocasionó estragos ocasionales entre los rebaños de vacas y ovejas en Francia y otras partes de Europa. 

En 1838, un francés llamado Delafond llamó la atención sobre la aparición de organismos semejantes a pequeñas varillas en la sangre de los animales afectados, y estos fueron también reconocidos posteriormente por Davaine y otros. Kircher, Linné, Raspail y otros ya habían propuesto una teoría en el pasado de que organismos especiales podrían inducir enfermedades, y Davaine, conociendo la idea de Pasteur de que cada tipo de fermentación es producida por un germen específico del aire, sugirió ahora que los pequeños organismos similares a varas, a los que llamó bacteridia, podrían ser parásitos invasores de los cuerpos de los animales y la causa de la fiebre esplénica, o ántrax. Él y otros que intentaron investigar el tema se encontraron con resultados contradictorios en sus experimentos. Fue más tarde, en 1878, que el médico alemán, Koch, vino a su rescate cultivando la bacteridia y descubriendo una formación de esporas entre ellas; mientras que Pasteur finalmente tomó el asunto y con su afición por la dogmatización, declaró:

“El ántrax es, por lo tanto, la enfermedad de la bacteridia, como la triquinosis es la enfermedad de la triquina, como la picazón es la enfermedad de su ácaro especial.” (“La Vida de Pasteur”, René Vallery - Radot, página 260). 

Las generalizaciones son siempre peligrosas en un mundo de contradicciones, pero, como en verdad se dice “no hay doctrina tan falsa que no contenga alguna partícula de verdad”. Este sabio refrán fue citado por Béchamp, (“La Teoría del Microzyma”, página 37) quien continuó diciendo:

  “Así es con las doctrinas microbianas. De hecho, si a los ojos de un cierto número de sabios, médicos y cirujanos, el sistema de gérmenes morbosos preexistentes carecía de toda verosimilitud y no parecía establecido en ninguna realidad experimental, su acogida por parte de estos sabios, que a mi parecer lo han adoptado sin profundizar lo suficiente, habría sido absolutamente incomprensible. Pero hechos incontestables parecen apoyarlo. Por lo tanto, es cierto que existen seres vivientes microscópicos de la más exquisita pequeñez, que, sin duda, pueden comunicar la enfermedad específica que existe en ellos. La causa tanto de la virulencia como del poder de infección ya sea en ciertos productos del organismo enfermo, ya sea de cuerpos en estado de putrefacción tras la muerte, reside en realidad en seres de este orden. Es verdad que las personas ciertamente han descubierto tales seres durante el desarrollo de ciertas enfermedades, virulentas, infecciosas, contagiosas o de otro tipo.”

Se ve así que Béchamp creía que esta partícula de verdad en la teoría de los gérmenes ha sido la que ha cegado a tantos a sus errores. Explica que la falta de una comprensión más completa se debe a la falta de conocimiento suficiente:

  “En mi opinión, es porque los médicos no han percibido ninguna relación, ningún vínculo de conexión, entre ciertos elementos histológicos del organismo animal y vegetal y las bacterias, que han abandonado tan a la ligera las leyes de la gran ciencia, para adoptar tras Davaine, y con Pasteur, el sistema de gérmenes de enfermedades preexistentes de Kircher. Así ocurre que, al no comprender la correlación real y esencial existente entre las bacterias y los elementos histológicos normales de nuestro organismo, como sucedió con Davaine, o negándola, como sucedió con Pasteur, han vuelto a creer nuevamente en el sistema de Kircher. Mucho antes de que Davaine hiciera su observación y considerara que el interior del organismo era un medio para el desarrollo de bacterias inoculadas, Raspail dijo: 

 “El organismo no engendra la enfermedad: la recibe desde fuera... La enfermedad es un efecto cuya causa activa es externa al organismo.”

A pesar de esto, los grandes médicos afirman, en palabras felices de Pidoux:

“La enfermedad nace de nosotros y en nosotros.”

Pero Pasteur, siguiendo la opinión de Raspail, y tratando de verificar la hipótesis experimentalmente, sostiene que los médicos están equivocados: la causa activa de nuestras enfermedades reside en los gérmenes de la enfermedad creados en el origen de todas las cosas, que, al obtener una entrada invisible en nosotros, se desarrollan allí en parásitos. Para Pasteur, como para Raspail, no hay enfermedad espontánea; sin microbios no habría enfermedades, no importa lo que hagamos, ¡a pesar de nuestras imprudencias, miserias o vicios!

El sistema, ni nuevo ni original, es ingenioso, muy sencillo en su sutileza y, en consecuencia, fácil de entender y de propagar. El ser humano más analfabeto, a quien se le haya mostrado la conexión entre el ácaro y el picor, comprende que el picor es la enfermedad del ácaro. Por lo tanto, se trata de que ha seducido a muchas personas, que le han dado así un triunfo irreflexivo. Los hombres del mundo, sobre todo, se dejan llevar por una doctrina fácil y engañosa, tanto más aplicable a generalidades y vagas explicaciones, cuanto que está mal basada en demostraciones científicas probadas y experimentadas.” (“La Teoría del Microzyma”, página 38). 

Sí, lamentablemente para Béchamp, el conocimiento más profundo inherente a una comprensión de la ciencia de la citología, tan descuidada, como denunció el profesor Minchin (Dirección Presidencial-Asociación Británica, septiembre, 1915), incluso ahora en el siglo XX, era, y todavía parece ser, necesario para comprender el funcionamiento más profundo, más místico y complicado de la patología. 

La Naturaleza estaba realizando experimentos que todos podían leer con la ayuda del microscopio. Pero pocos eran lo suficientemente hábiles como para sondear lo suficientemente profundo bajo lo que a menudo pueden ser superficialidades engañosas. Pocos poseían suficiente conocimiento para comprender las complejidades reveladas a Béchamp. Sin embargo, desde el principio, advirtió al mundo contra ser engañado por juicios demasiado fáciles. 

  Ya en 1869 escribió: 

“En la fiebre tifoidea, en la gangrena y en el ántrax, se ha demostrado la existencia de bacterias en los flujos y en la sangre, y uno estaba muy dispuesto a darlos por sentado como casos de parasitismo común. Es evidente, después de lo que hemos dicho, que en lugar de mantener que la afección tuvo como su origen y causa la introducción en el organismo de gérmenes extraños con su acción consecuente, uno debe afirmar que aquí se trata de una alteración de las funciones de los microzymas, una alteración indicada por el cambio que ha tenido lugar en su forma.” (Las Actas 75, página 1525).

Béchamp, que ya había demostrado su conocimiento de las verdaderas enfermedades parasitarias con su descubrimiento de la causa de la pebrina, estaba demostrando ser el mejor equipado para comprender los experimentos que la Naturaleza emprende cuando el funcionamiento normal del cuerpo se reduce al caos, y la anarquía reina en el organismo. Pero la mayoría de la humanidad, ignorante de los elementos citológicos, se ha deleitado con una cruda teoría de la enfermedad que podía entender, y ha ignorado la profunda enseñanza del profesor Béchamp. 

Ahora vamos a dirigir nuestra atención a lo que parece haber sido el intento de plagio de Pasteur de estos puntos de vista.

UN PLAGIO FRUSTRADO

Un marcado contraste entre Béchamp y Pasteur reside en el hecho de que Béchamp exigía que sus puntos de vista formaran una secuencia lógica, mientras que el segundo se contentaba con presentar puntos de vista que eran aparentemente contradictorios entre sí. 

Por ejemplo, según Pasteur, el cuerpo no es más que una masa inerte, un mero complejo químico, que, mientras se encontraba en estado de salud, se mantenía inmune a la invasión de organismos extraños (“El cuerpo de los animales está cerrado, en casos ordinarios, a la introducción de los gérmenes de los seres inferiores”. Las Actas 56, página 1193). Parece que nunca se dio cuenta de que esta creencia contradice la teoría del germen de la enfermedad, planteada originalmente por Kircher y Raspail, que él y Davaine tan rápidamente habían adoptado. 

¿Cómo pueden los organismos externos originar una enfermedad en un cuerpo cuando, según Pasteur, no pueden introducirse en ese mismo cuerpo hasta después de la aparición de la enfermedad? Cualquiera con sentido del humor habría notado una divertida discrepancia en tal afirmación, pero, aunque los admiradores de Pasteur lo han aclamado como una persona ingeniosa, el sentido del ridículo rara vez es un punto fuerte en alguien que se toma a sí mismo tan en serio como Pasteur lo hacía o tan en serio como sus seguidores le admiraban. 

El 29 de junio de 1863, leyó una memoria sobre el tema de la putrefacción (Las Actas, páginas 1189-1194) ante la Academia de Ciencias.

En este decía: “Dejé un trozo de carne envuelto por completo en un paño de lino empapado en alcohol” (aquí copió a Béchamp en un experimento anterior) “y colocado en un receptáculo cerrado (con o sin aire, no importa) para impedir la evaporación del alcohol. No habrá putrefacción, ni en el interior, porque allí no hay vibrios, ni en el exterior, porque los vapores del alcohol impiden el desarrollo de gérmenes en la superficie; pero observé que la carne se descomponía en un grado pronunciado si era pequeña en cantidad, y se gangrenaba si la carne era una masa considerable (Las Actas, página 1194).”  

El objetivo de Pasteur era mostrar que no había elementos vivos inherentes en la carne; que si la vida externa, los gérmenes del aire, fueran completamente excluidos, no habría desarrollo bacteriano por organismos internos. Estos eran los días en que, después de haber adoptado con entusiasmo las ideas de Béchamp sobre el importante papel jugado por los huéspedes atmosféricos, negó igual de vociferante cualesquiera elementos vivos inherentes en los cuerpos de animales y vegetales. 

Béchamp, sabiendo que su propia habilidad con el microscopio superaba a la de todos sus contemporáneos, disculpó a Pasteur por no haber sido capaz de detectar los diminutos organismos en la profundidad de la sustancia carnosa. Pero sostuvo que el propio reconocimiento de Pasteur del estado descompuesto o gangrenado de la carne debería haber sido suficiente para haberlo convencido de la realidad de un cambio químico y su necesidad correlativa: un agente causal. Béchamp afirmó que los propios experimentos de Pasteur, mientras intentaban negarlo, demostraron por el contrario la verdad de las afirmaciones microzymianas.

Por ejemplo, nuevamente, en un experimento con leche hervida, Pasteur observó un olor parecido al sebo y notó la separación de la materia grasa en forma de coágulos. Si no hubiera nada viviente en la leche, ¿cómo podría explicar el cambio en su olor y explicar la causa de la coagulación?

Así es imposible dejar de lado el marcado contraste entre Béchamp y Pasteur con respecto a la atención que prestaban a cualquier fenómeno, dado que Béchamp nunca pasaba nada por alto, mientras que Pasteur pasaba constantemente por alto las evidencias más contradictorias.

Por ejemplo, a pesar de todos los marcados cambios en la leche, Pasteur se contentaba con describirla como inalterable, excepto por el acceso de los gérmenes del aire, y como nada más que una solución de sales minerales, de azúcar de la leche y de caseína, en la que se suspendían partículas de grasa, en resumen, que era una mera emulsión que no contenía ningún cuerpo vivo capaz de causar ningún cambio en su composición. Durante años Béchamp estudió la leche, y no fue hasta una fecha muy posterior que finalmente se satisfizo a sí mismo en cuanto a todas sus complejidades científicas.

Encontramos que al igual que en 1857 los puntos de vista abiogenistas de Pasteur se oponían totalmente a los de Béchamp, a lo largo de la década de 1860 Pasteur ignoró por completo las enseñanzas de Béchamp respecto a los microzymas, o microsomas, de las células y los cambios fermentativos debidos a estos elementos vivos inherentes. Tras darse cuenta de los gérmenes del aire, pareció cegarse a los gérmenes del cuerpo, e ignoró el trabajo prodigioso de Béchamp cuando este último diferenciaba experimentalmente los diversos grados de calor necesarios para destruir los microzymas de la leche, la caliza, etc.  (8)


(…) “El 7 de octubre de 1872, Pasteur describió a la Academia “Algunos Experimentos Nuevos que Mostraban que el Germen de la Levadura que Produce Vino Proviene de Fuera de la Uva” (Las Actas 75, páginas 781). 

¡Aquí, repetido, estaba el descubrimiento de Béchamp, publicado por primera vez en 1854! 

¡Esto era demasiado incluso para los serviles miembros de la Academia! el Sr. Fremy interrumpió, con el objeto de exponer la insuficiencia de las conclusiones de Pasteur.

Sostuvieron un intercambio de críticas mutuas. En el curso de la controversia, Fremy mostró claramente que su oposición al Sr. Pasteur no descansaba en la exactitud o inexactitud de sus experimentos, sino en las conclusiones extraídas de ellos, que él consideraba incorrectas. Pasteur se negó a considerar el tema desde este punto de vista, y pidió una comisión de miembros de la Academia para juzgar la precisión de sus experimentos ¡pero sin que esta comisión tuviera en cuenta la interpretación que Pasteur hizo de los resultados! Fremy señaló que eso era eludir el tema en cuestión (Las Actas 75, páginas 1063-1065), y la cosa acabó en que ambos hombres siguieron abofeteándose mutuamente, con Pasteur tratando de sacar provecho al hecho de que Fremy no le veía ninguna utilidad a la sugerida comisión.

Pasteur también tuvo problemas con el botánico Sr. Trecul, quien se quejaba “del modo de argumentación de Pasteur (Las Actas 88, página 249), que dijo que consistía en contradecirse a sí mismo, alterando el sentido de las palabras y luego acusando a su oponente de la alteración. Trecul mismo experimentó…

“…muchos ejemplos de las contradicciones de nuestro amigo, que tiene casi siempre dos opiniones opuestas sobre cada cuestión, y que invoca según las circunstancias.” [ Le Transformism M é dic ale (El Transformismo Médico), Sr. Grasset, página 136].

Pero si muchos fueron los que se dieron cuenta de que Pasteur no podía sostener su nueva teoría sin desmentir sus propias viejas teorías, solo los investigadores de Montpellier supieron entender mejor que nadie su intento de apropiarse de las enseñanzas de Béchamp y presentarlas, vestidas con nuevas palabras, como suyas propias.

Esto fue demasiado para la paciencia de Béchamp, y el 18 de noviembre de 1872, encontramos una nota presentada por él a la Academia titulada “Observaciones Relativas a Algunas Comunicaciones recientemente hechas por el Sr. Pa steur y especialmente sobre e l Tema “La Levadura que Produce el Vino Proviene del Exterior de la Uva”. (Las Actas 75, páginas 1284-1287).

En esta memoria, Béchamp se refirió a sus primeros experimentos sobre la fermentación del vino que se habían publicado en 1864. Y agregó:

“El Sr. Pasteur ha descubierto lo que ya se sabía; él simplemente ha confirmado mi trabajo. En 1872 llegó a la conclusión a la que yo ya había llegado ocho años antes; a saber, que el fermento que hace que el mosto fermente es un moho que proviene del exterior de la uva; yo fui más allá: en 1864, establecí que los tallos de la uva y las hojas de la vid portan fermentos capaces de hacer fermentar tanto al azúcar como al mosto y, además, que los fermentos que llevan las hojas y los tallos a veces son de un tipo dañino para la cosecha.”

Un solo hecho asesta un definitivo golpe mortal a la afirmación de que Pasteur fue el primero en empezar a comprender verdaderamente la fermentación; que en sus experimentos anteriores -los de 1857, por ejemplo, y nuevamente en 1860- empleó sustancias proteicas demostrando así que había olvidado el gran descubrimiento de Béchamp de que los fermentos vivos organizados podían surgir en medios totalmente desprovistos de cualquier sustancia albuminoide. La presencia de vida en la atmósfera solo podía demostrarse mediante la invasión de un medio puramente químico, completamente libre de sospecha de contener algún elemento vivo organizado. Tan solo este hecho demuestra que Pasteur no entendió el significado real de la demostración de Béchamp.

Béchamp pasó ahora a describir la teoría fisiológica de la fermentación, como la demostraban sus experimentos anteriores: “Para mí, tanto las fermentaciones alcohólicas como las otras fermentaciones llevadas a cabo por fermentos organizados no son fermentaciones en el sentido propio del término; son actos de nutrición, es decir, de digestión, de asimilación y de excreción.” (9)

(…) “El famoso químico que se había ganado el oído del público, ese órgano excesivamente crédulo, y había presentado como suya la mayor parte del trabajo de Béchamp, ahora estaba completamente controlado en su tentativa de incursionar en la doctrina del microzyma. Aquí tuvo que detenerse y
contentarse con su propia afirmación de que “la fermentación es la vida sin aire, sin oxígeno.” A esto, y aplicando la prueba del tiempo que él mismo aprobaba, encontramos que sus admiradores reconocen lamentablemente las deficiencias de su explicación.” (10)

MICROZYMAS EN GENERAL


(…) “Llegó el momento en que el profesor Béchamp renunció a su puesto en Montpellier. (…) Toda la familia, con la excepción de su hija mayor, que en 1872 se había casado con el Sr. Gasser, se mudó a Lille.

Qué injusto debió de parecerle el destino al profesor Béchamp. Justo cuando estaba terminando de explicar los procesos de la vida, la enfermedad y la muerte, surgieron oponentes inesperados; sacerdotes, sin instrucción en ciencia, que solo hallaban irreligión y materialismo en sus puntos de vista, los cuales (si hubieran tenido algún discernimiento) se habrían dado cuenta de que habrían podido combatir con ellos el ateísmo que se empezaba a vincular a la ciencia, mucho mejor que con cualquiera de los dogmas de Roma.

Pero los obispos y rectores de Lille, en su complaciente ignorancia, no supieron aprovechar su sabiduría, y en cuestiónes de diplomacia Béchamp era por desgracia mucho menos consumado que Pasteur. El subterfugio era cosa extraña para él. Era incapaz de fingir que los ignorantes sabían más que él sobre el funcionamiento de la vida, y en ningún momento intentó someterse a los fanáticos clérigos.

A pesar de los problemas, el profesor siguió dando forma a las conclusiones derivadas de los experimentos que había emprendido en Montpellier y seguía llevando a cabo en Lille, a despecho de todas las interrupciones. Cuanto más profundizaba en la doctrina microzymiana, mejor le parecían las respuestas que daba a los acertijos de la ciencia contemporánea.

Béchamp explicó que debido a que los microzymas de las especies de animales afines a menudo son funcionalmente diferentes en algunos de sus centros fisiológicos, cada animal tiene enfermedades peculiares, y ciertas enfermedades no son transmisibles de una especie a otra, y con frecuencia tampoco son transmisibles de un individuo a otro incluso dentro de la misma especie. La infancia, la edad adulta, la vejez y el sexo influyen en la susceptibilidad a las enfermedades.

Estas investigaciones de la Escuela de Montpellier ciertamente parecen arrojar luz sobre la naturaleza de la infección, y sobre la inmunidad que constantemente se encuentra, a pesar de la supuesta exposición, en todo tipo de enfermedades infecciosas. El mundo podría haber evitado la propagación y la inoculación de sustancias morbosas (es decir, las vacunas de Pasteur), si se hubieran seguido las profundas teorías de Béchamp, en vez de la más cruda pero moderna teoría del germen de la enfermedad, que parece consistir en medias verdades distorsionadas de las enseñanzas de Béchamp.

Qué futuro tan diferente podría haber esperado la doctrina del microzyma si las vidas de los profesores Estor y Béchamp hubieran corrido mejor suerte en lugar de haber sido segadas en flor. Su patriótica obra frustrada por el fanatismo, sus descubrimientos científicos sofocados por los celos, sus colaboradores abatidos por la muerte -que tampoco perdonó a su esposa ni a su joven hija de la cual los sacerdotes le habían separado- finalmente se dirigió solitario a París para encontrar a su principal detractor entronizado como el ídolo del público, su propio genio casi no reconocido. Era una perspectiva lúgubre y fácilmente podría haber intimidado incluso a un espíritu valiente, pero la fuerza de voluntad de Béchamp se elevó indomable para enfrentar el futuro y, ayudada y acelerada por su espléndida salud y vitalidad, lo espoleó a nuevas investigaciones.      Con el paso de los años, su incesante trabajo nunca disminuyó, y perseveró en la investigación de los misterios de la vida. Hasta 1896, continuó publicando artículos sobre la leche, su composición química, sus cambios espontáneos y los ocasionados por la cocina.

El logro culminante de la laboriosa y perseguida carrera de Béchamp fue la publicación, a la edad de 85 años, de una obra titulada “La Sangre”, en la que aplicó sus puntos de vista microzymianos a cuestiones de la sangre, especialmente a la de su coagulación. Lo mejor que se puede hacer es citar el resumen del Dr. Herbert Snow en la revista New Age (Nueva Era) del 1 de mayo de 1915:

“Representa que la sangre es en realidad un tejido fluido, no un líquido. Los corpúsculos, rojos e incoloros, no flotan en un líquido, como se piensa comúnmente, y como indican nuestros sentidos, sino que se mezclan con una enorme masa de microzymas invisibles; la mezcla se comporta exactamente como lo haría un fluido en condiciones normales. Cada microzyma está revestido de una envoltura albuminosa, y casi llenan los vasos sanguíneos, pero no del todo. Entre ellos hay una cantidad muy pequeña de fluido intracelular. Estos microzymas, envueltos en sus revestimientos albuminosos, constituyen las “granulaciones moleculares microzymianas” - el tercer elemento anatómico - de la sangre. 

La enseñanza microzymiana de Béchamp, la podemos resumir, a partir de sus escritos, de la siguiente manera: 

  1. El microzyma es aquello que está esencialmnte dotado de vida en el ser organizado, y es aquello en lo que la vida persiste después de la muerte del todo, o en cualquier parte extirpada.  

  2. El microzyma, siendo así el elemento fundamental de la vida corporal, puede volverse patógeno o morboso por un cambio de funcionamiento y ser así el punto de partida de la enfermedad.

  3. Solo lo que está organizado y dotado de vida puede ser susceptible de enfermedad. 

  4. La enfermedad nace de nosotros y en nosotros.

  5. Los microzymas pueden evolucionar a bacterias dentro del cuerpo sin que necesariamente enfermemos.

  6. En un cuerpo enfermo, un cambio de funcionamiento en los microzymas puede conducir a una evolución bacteriana patógena o mórbida. Los microzymas morfológicamente idénticos y funcionalmente diferentes de los microzymas enfermos pueden aparecer sin que sea posible una distinción microscópica. 

  7. Los microzymas enfermos se pueden encontrar en el aire, en la tierra o en las aguas, y también en las deyecciones o restos de seres de los que una vez fueron inherentes.

  8. Los gérmenes de la enfermedad no pueden existir originariamente en el aire que respiramos, en los alimentos que comemos o en el agua que bebemos, porque los microorganismos enfermos, descritos no científicamente como “gérmenes”, al no ser ni esporas ni huevos, proceden necesariamente de un cuerpo enfermo.

  9. Cada microzyma enfermo ha pertenecido originalmente a un organismo, es decir, a un cuerpo de algún tipo, cuyo estado de salud se redujo a un estado de enfermedad bajo la influencia de varias causas que determinaron un cambio funcional en los microzymas de un particular centro de actividad. 

  10. Los microorganismos conocidos como “gérmenes de la enfermedad” son por lo tanto microzymas o sus formas
bacterianas evolutivas que están en (o han procedido de) cuerpos enfermos.

  11. Los microzymas existen sobre todo en las células del cuerpo enfermo y enferman dentro de la propia célula. 

  12. Los microzymas enfermos deben diferenciarse por el grupo particular de células y tejidos a los que pertenecen, en lugar de por la enfermedad particular con la que están asociados. 

  13. Los microzymas inherentes a dos especies diferentes de animales más o menos afines no son ni necesariamente ni en general similares.

  14. Los microzymas de una determinada morbilidad pertenecen a un determinado grupo de células en lugar de a otro, y los microzymas de dos especies dadas de animales no son susceptibles de una enfermedad idéntica.

  Tales son, en resumen, las proposiciones que forman la base de la patología de Béchamp. Huelga decir que no presentó ninguna de ellas como una teoría no probada; cada una estaba fundada sobre experimentación y observación precisas. 

A pesar del predominio del dogma pasteuriano en la Facultad de Medicina, las mentes científicas aquí y allá confirman, sin conocerla, fragmentos de la enseñanza de Béchamp, en los estudios independientes que realizan.

En este sentido, se puede citar la evidencia presentada ante la Comisión Real sobre Vivisección por el Dr. Granville Bantock, cuya reputación no necesita comentarios. Él dijo:

“Los bacteriólogos han descubierto que, para convertir materia orgánica muerta o inmundicia de cualquier tipo en constituyentes inofensivos, la Naturaleza emplea microorganismos (o microbios) como sus agentes indispensables.

“El microbio en su relación con la enfermedad solo puede considerarse como una resultante o un fenómeno concomitante

   y después de citar muchos ejemplos de error de diagnóstico confiando en las apariencias bacterianas, afirmó: 

  “¿No es, pues, razonable concluir que estos microorganismos... no son ciertamente los causantes de la enfermedad?”

  También dijo:

  “De hecho estoy obligado a aceptar las declaraciones hechas en cuanto a la asociación del bacilo de Loeffler con la difteria; pero decir que su presencia es el resultado de la enfermedad me parece el razonamiento más sensato.”  (11)

(…) Florence Nightingale, la gran pionera de la enfermería, [Notas de Enfermería, página 19 (nota)]. Ella dijo:  

  “La doctrina de la enfermedad específica es el gran refugio de las mentes débiles, incultas e inestables, como las que ahora gobiernan en la profesión médica. No existen enfermedades específicas, solo hay condiciones específicas de enfermedad”. 

Así que su experiencia personal dio lugar a opiniones que son comprensibles a la luz de la doctrina microzymiana de Béchamp, que de este modo obtiene confirmación de su relato de las lecciones cotidianas de la Naturaleza.  

Parece que las entidades que causan enfermedades crean estados de enfermedad que dependen de la mala herencia, el mal aire, la mala comida, la vida viciosa y demás, y siempre que nuestra ascendencia sea buena, nuestro entorno sanitario y nuestros hábitos higiénicos, nuestro estado físico radica principalmente en nuestro mantenimiento propio, para bien o para mal, según lo determine nuestra voluntad. 

En lugar de estar a merced de enemigos externos, dependerá principalmente de nosotros mismos el que nuestros elementos anatómicos, los microzymas, continúen su comportamiento regular, cuando nuestra condición básica sea saludable; o, a partir de un cambio de ambiente en su entorno inmediato, desarrollarse mórbidamente, produciendo malos efectos fermentativos y otras calamidades corporales. Por lo tanto, aunque nuestras propia s faltas se reflejen primero en ellos, su consiguiente corrupción se vengará después de nosotros. 

Se ha argumentado en respuesta al sólido razonamiento de la señorita Florence Nightingale que ella era solo una enfermera y por lo tanto no calificada para expresar opiniones médicas. ¡Esta objeción proviene, curiosamente, de los seguidores devotos de hombres como Jenner, que compró su título médico por 15 libras, y Pasteur, quien logró por mayoría de un voto obtener un lugar entre los Asociados Libres de la Academia de Medicina!  

Esta teoría de la sustitución es adoptada por el Dr. Creighton, quien en su “Historia de las Epidemias en Gran Bretaña” sugiere que la peste fue reemplazada por la fiebre tifoidea y la viruela; y, más tarde, el sarampión (insignificante antes de mediados del siglo XVII) comenzó a reemplazar a esta última enfermedad.”

Es interesante que la transformación o sustitución de unas enfermedades por otras observada por Florence Nightingale en barracones o salas poco saludables, de acuerdo con su variable grado de insalubridad, confirme exactamente lo que el Dr. Charles Creighton muestra como el testimonio de registros históricos. Y esta evolución o retroceso, según sea el caso, de las enfermedades seguramente se explica por la doctrina microzymiana de Béchamp, que enseña que de los elementos anatómicos (ya sea que se llamen microsomas o microzymas), los verdaderos constructores de las células del cuerpo, depende nuestro estado de bienestar o enfermedad; y que un cambio morboso de función en estos puede conducir a enfermedades en nosotros, variando la enfermedad con la variación de la función microzymiana, y siendo la función microzymiana influida por las condiciones circundantes, ya sean insalubres o antihigiénicas. 

Si la enseñanza del microzyma arroja de este modo luz sobre estos misterios, cuánto más podrá hacerlo sobre las tendencias hereditarias, demasiado ignoradas por la moderna ortodoxia médica. Dado que los microzymas perpetúan la vida de padres a hijos, también llevan consigo características parentales, para bien o para mal, que pueden permanecer latentes durante generaciones o manifestarse, según los microzymas que tengan la influencia preponderante, explicando así las Leyes de Mendel. De nuevo, los estados patológicos debidos a un crecimiento anormal, de los cuales el cáncer es un ejemplo obvio, parecen confirmar la doctrina de Béchamp según la cual el estado de los microzymas depende del estado de ambos, de todo el cuerpo o de una sola parte del organismo. 

En lugar del moderno sistema de tratar el fantasma de una entidad que causa enfermedades, y tratar de sofocarlo con toda clase de inyecciones, el procedimiento científico en las líneas de Béchamp sería tratar al paciente teniendo en cuenta su situación personal y sus características; porque de estas dependen sus elementos anatómicos, los microzymas, que, según Béchamp, construyen su marco corporal, lo preservan en la salud, lo perturban en la enfermedad, y finalmente, cuando la asociación corporal finaliza con la muerte, los microzymas, con o sin ayuda externa, demuelen su antiguo hábitat y quedan libres para continuar una existencia independiente en la tierra, en el aire, o en el agua en la que se encuentran. Cualquier morbilidad que pueda haber en ellos o en sus formas evolutivas bacterianas es rápidamente disipada por el aire fresco.

Y dado que los microzymas de diferentes animales, diferentes plantas y diferentes órganos (pulmones, riñones, colon, según sea el caso) son todos diferentes, también habrá variación en su desarrollo bacteriano, por lo que las innumerables formas de bacterias que se perciben en todas partes son fácilmente explicables.

  Al igual que el Imperio Británico, o los Estados Unidos de América, o la República de Francia se componen de innumerables individuos variados, el cuerpo de las plantas o los animales es una asociación de entidades vivientes; y al igual que el trabajo de innumerables individuos compone los procesos de la vida de la nación, la acción de los microzymas constituye el proceso vital de todos los seres corporales.

¡Qué distintas habrían sido las ciencias de la vida y la enfermedad si la creencia de Béchamp hubiera sido desarrollada, en lugar de ser sofocada por los celos de Pasteur!“ (12)





_________________
(1) Ibídem. Págs. 187-190
(2) Ibídem. Pág. 191
(3) PASTEUR: PLAGIARIO, IMPOSTOR.  (o “el sueño y la mentira de Louis Pasteur”) la teoría de germen refutada. R. B. PEARSON.  Publicado por primera vez en 1942. Págs. 42-47
(4) PASTEUR: PLAGIARIO, IMPOSTOR.  (o “el sueño y la mentira de Louis Pasteur”) la teoría de germen refutada. R. B. PEARSON.  Publicado por primera vez en 1942. Págs. 191-196
(5) ibídem, pág. 49
(6) ¿BÉCHAMP O PASTEUR? Un Capítulo Perdido en la Historia de la Biología, de Ethel Douglas Hume; basado en un manuscrito del Dr. Montague R. Leverson, M.A., Ph.D. 1923.  Págs. 201-206
(7) ibídem, págs. 207-209
(8) ibídem, págs. 211-231
(9) ibídem, pág. 235- 250
(10) ibídem, pág. 258
(11) ibídem, págs. 263-277
(12) ibídem, pág. 279-282




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